12 de enero de 2014

Desde la Curva (#51): Lo que queda del Loberismo

El triste empate obtenido ante la Ponferradina, con un penoso nivel de juego,  abre aún más una herida que no deja de sangrar tras aquellas cuatro derrotas consecutivas. Ya no es sólo una cuestión de números, es una cuestión de imagen. Los dos últimos partidos demuestran que la victoria en Huelva se justifica en parte por un rival en caída libre que jugó casi todo el encuentro en inferioridad numérica. Lo que parecía ser un signo de recuperación se muestra ahora como un engañoso resultado enmascarador de una realidad de la que la UD no puede ni sabe como escapar.

Poco queda en el equipo de la corriente "loberista", el término usado no sólo para mostrar cierta actitud fuera del terreno de juego, sino también una propuesta dentro de él. De aquella idea primigenia que proclamaba el gusto por el buen trato al balón, la osadía en el juego y el respeto por los valores tradicionales de la entidad amarilla, se fue evolucionando hacia una versión más pragmática, en un gesto de inteligencia buscando optimizar la materia prima de la que se poseía. Pero aún en esa evolución se veían trazos del Loberismo, actualmente en algún partido se vislumbra un destello ocasional , una luz lánguida que no los quiere recordar, pero sólo resulta ser una luciérnaga en un pantano, una débil luz rodeada de fango. 

El nivel de juego de la UD no hace honor a las aspiraciones tan ambiciosas de las que presume, ni siquiera honra el pulcro discurso del entrenador y de los jugadores que no pierden oportunidad para repetir, en toda las ocasiones posibles, un decálogo futbolístico que se saben al dedillo pero que son incapaces de plasmar. Así cada partido para el aficionado amarillo se muestra como un acto de fe que radica en una militancia innegociable, el amor a unos colores por encima de estilos y resultados, aunque estos duelan, decepcionen y enojen. 

El Loberismo se ha quedado en un término para las redes sociales, también es usado como arma arrojadiza los más críticos con el equipo y la entidad, pero aún quedan acólitos que se abrazan a él como si fuera un maná salvador. Nada queda del movimiento sinérgico que fue capaz de insuflar una olvidada ilusión que ya no está presente, poco a poco desapareció, partido a partido, decepción tras decepción. Habrá que aceptar que a pesar de contar con materia prima de primer orden somos incapaces de cocinar un fútbol de alta escuela, habrá que asumir nuestras carencias, nuestras debilidades, reconocer nuestro patetismo para a partir de él poder corregir, mejorar y crecer.




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