14 de junio de 2013

Una enfermedad que no entiende ni de kilómetros ni de obstáculos.

"Muchos hablan de enfermedad y se lo toman muy en serio. Y dicen que es una enfermedad porque en algún momento les ha hecho mal a ellos o a su entorno. Es, como dice la hinchada, una enfermedad. Es una patología, es una condición patológica. La condición patológica de no poder renunciar"


Esas frases las escuché en un documental que se llama 'Manyas', un tributo a la hinchada de Peñarol; se me quedaron grabadas en la mente. Si lo trasladas de Montevideo a Las Palmas, en algunos casos, viene a ser exactamente lo mismo.

En un principio, referirse a enfermedad para definir la pasión que uno siente por estos colores, me parecía algo exagerado y no de muy buen ver, o leer. Poco a poco con los años, lo que he vivido en decenas de estadios y los kilómetros a la espalda me han dado a entender que ese término no está muy lejos de la realidad. De todos modos, siempre he pensado que la gente con la que me codeo solemos tener la suerte de saber diferenciar entre lo verdaderamente importante y lo que nos puede beneficiar y lo que nunca debemos sobrepasar. Sabemos decir que no cuando la ocasión se presenta inviable, ¿o me equivoco?

El empeñar joyas o asociarse con el Cash Converter para ir a un partido de fútbol; el buscarte problemas con tu pareja o tus padres, o que la vecina del piso de abajo de ese bloque onubense donde vives llame a la policía por qué no entró el cabezazo de Vicente y sí el empeine de Thievy;  el estar pegado al móvil y convertirte en un as de sacar pasajes; son sólo una minucia de las anécdotas anónimas que nos han pasado a algunos aficionados en los últimos días.

No sé si el término de enfermedad se acerca a lo real, más lo que sí es real es que los nervios y la locura empiezan a recorrer de nuevo mi cuerpo, horas antes de volver a desplazarme con lo que un día fueron caras conocidas en un sector del estadio y hoy son algo así como hermanos. Compartir avión, habitación, coche, o asiento con una persona que siente y grita lo mismo que tú, hace crear bastante afecto.


Veía imposible estar presente en Murcia: poco tiempo de organización, poco dinero y necesidad de ahorrar para esperar unos posibles playoff. Casi que descartado. "Yo a Murcia no voy a poder ir señores..." le decía a par de colegas en el local dónde solemos reunirnos para hacer los tifos. Dos horas más tarde estaba checkeando los pasajes vía Sevilla y reservando un hostal en la ciudad hispalense. Nos presentamos el viernes en Murcia, el sábado arrancamos con los coches, recorrimos Andalucía de izquierda a derecha, parando en Granada y en diversas estaciones de servicio. Entramos a la Región de Murcia y a la Nueva Condomina. 1-0 en contra, los pimentoneros 'privaos perdíos", pero no sé ni cómo, nos enteramos que lejos de allí, un argentino nos estaba, de nuevo, salvando la vida.

Volvimos a la isla. Y ahora sí que se me antojaba imposible ir a Almería. Más de lo mismo: no había dinero, estaban bastante caros los pasajes y no había posibilidad de margen. Otra vez, autoconvenciéndome de que era imposible: "yo a Almería no voy a poder ir señores... me conformo con que ya fui en marzo y vi el gol de Murillo in situ", añadía esta vez. Echando mano de favores y de ayudas, me comunican el lunes que tengo el pasaje para Almería. Ida vía Sevilla el sábado, vuelta vía Málaga el domingo.

De nuevo intentando abrir los ojos y concienciarme de si estaba siendo consciente de la locura que estábamos cometiendo. Me levanto el martes y me levanto bastante contento, por lo que se venía al día siguiente y por saber que iba a estar presente de nuevo como visitante unos cuantos días después. Y cuando me quiero dar cuenta empiezo a leer los ocho o nueve mensajes de whatsapp que tenía, confirmando una de nuestras peores pesadillas.

Otra vez la LFP, otra vez las televisiones. Nuevamente el fútbol negocio hacía y deshacía a su antojo las ilusiones, las inversiones y las pasiones de los aficionados de la Unión Deportiva Las Palmas, unos aficionados que contamos con un hándicap que no cuenta ninguna otra afición de España. Cuando nos enteramos del cambio de fecha del partido de vuelta los que teníamos los pasajes confirmados no sabíamos ni dónde meternos ni que hacer. Intentemos hacer todo lo posible, pero el club nos confirmaba lo que todos en un principio nos temíamos. El partido se va a jugar el domingo y de ahí nadie lo mueve.

Todo quedó en el aire y a expensas de lo que pasara el miércoles en el Estadio de Gran Canaria. Pitó el árbitro el final y entre la emoción del gol final y el susto de Hernán salió una voz ronca de entre la grada... "pa Almería señores, no nos queda otra". Llegamos a casa y el que pudo hacerlo ya sea por disponibilidad laboral o económica, hizo los cambios pertinentes y se sacó el viaje de vuelta al lunes.

A pesar de los impedimentos e inconvenientes que nos pone la lacra del fútbol negocio, hemos sabido superar el escollo y a ésta hora que escribo estas letras ya hay compañeros míos sentados tomando café en el aeropuerto, esperando su vuelo de salida a Madrid.

En resumen y le pese a quien le pese, la enfermedad no mitiga, no se apacigua o se palia, la enfermedad se incrementa. No se busca un premio o un aplauso. Muchas veces no se busca mayor reconocimiento que un acercamiento de los jugadores a saludar o una sudada camiseta, poquito más. No se hace por eso. No pretendo la palmadita en la espalda de nadie. Lo hago y lo hacemos por verdadera pasión por este escudo.

No sabría explicar exactamente el porqué de esta pasión y de esta enfermedad. Pero si se cómo expresarla en la grada.

Recorremos kilómetros y superamos obstáculos parece el cántico más tópico que sale de la grada naciente. Pues, no dude nadie en ningún momento que es el que más se acerca a la realidad, ¿o debería decir a la enfermedad?

Nos vemos en Almería, otra vez.










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