Navalcarnero, Leganés, Alcorcón, Fuenlabrada o la Asociación de vecinos Santa Ana, con el mayor de los respetos para todos, por supuesto, eran el panorama habitual de un equipo amarillo que deambuló tristemente durante años en las catacumbas del fútbol español. Pero esta vez, este 2016-2017 marcado a fuego para siempre, la UD, nuestro equipo señero sin par, fue a Madrid a jugar al Santiago Bernabéu. A jugar. Sin miedo. A dejar su sello innegociable.
El gol de Isco y la respuesta fulgurante de Tana, haciendo añicos la cintura de Sergio Ramos, lejos de asustar, asentó al equipo en uno de los estadios más imponentes y con más liturgia del mundo. Tocaba y tocaba la UD midiéndose, sin temor, gozando, centrados y la nube que había obnubilado al equipo ante la puerta rival se la llevó el viento quién sabe hacia qué dirección.
Hagamos un poco de historia, retrocedamos solamente un año, cuando llegó Setién, tras debutar en el Gran Canaria ante el Villarreal, la UD fue al templo blanco y se perdió 3-1 siendo la sensación, en general, buena. Hernán marcó de cabeza, Jesé goleó a Varas y Roque -esta fue la imagen del partido- falló en un control que generó un gol y -se ha contado muchas veces- el míster no le recriminó nada; al revés, alabó su intención y aprendió el de Telde y todos. Ese era el camino. La siguiente visita, ésta, el equipo ya es otro. Se ha visto, en el fastuoso Bernabéu, cómo el equipo ha crecido, cómo, si alcanzásemos un grado de regularidad mayor, este equipo nos haría soñar con cotas mayores.
Jesé, sin suerte en el remate, pero voluntarioso, infatigable, crecido en algunos tramos, conocedor de todos los recovecos del jardín madridista, subía la banda y generaba jugadas para Kevin - Prince Boateng. Jonathan, entre líneas, corría, percutiendo, con el pecho elevado y las muñecas hacia dentro al modo valeroniano y la cabeza alta, viendo el panorama, representándonos a todos, hinchando el orgullo de toda la isla. Roque y Vicente corrían, organizaban y llenaban el campo de clase y elegancia, de trabajo, de ilusión. Estaba de dulce la UD en el escenario con más flashes ante un Real Madrid que se jugaba seguir siendo el faro que más alumbra de la Primera División. Ni la lesión de Bigas en un choque fortuito con Dani redujo a una Unión Deportiva Las Palmas majestuosa.
La expulsión infantil de Bale y el penalti de Ramos, absurdo, sirvió de acicate para una UD que no tenía ningún pudor, que se plantó y jugó de maravilla de tal modo que la cosa parecía un sueño tangible. El gol de Boateng no hizo sino, simplemente, hacer justicia porque la UD, en definitiva, estaba siendo mejor y solo la
épica mundialmente famosa de los blancos hizo que rescataran un punto
inmerecido por los méritos acumulados. Si veinte años no son nada para
Gardel; tres minutos en el Bernabéu con la manada bufando a tu alrededor
son una eternidad. Quizás fuera fallo de la UD por no retener el balón
más, quizás, pero cuando es un factor tan determinante y común, cuando
es un registro que los blancos realizan con tanta asiduidad cabe solo rendirse ante su capacidad para hacer de lo anormal algo común. El Real Madrid empató en lo que coges la basura, la bajas al contáiner y subes a casa. En lo que te fumas un cigarro; en lo que dura el boletín de noticias cada hora en la radio. Empató, en resumen, en tres minutos un partido que la UD había dominado por completo.
Un punto, en definitiva, en el cómputo global, cuando la temporada muera solo será eso, un punto. Pero lo de hoy en el Bernabéu fue mucho más por lo que supone de moral para una UD que había perdido los últimos cuatro partidos, para una UD que necesitaba creérselo de nuevo; para una UD que, con la pericia de cara al gol más ajustada volverá a coger resuello y a hacernos sonreír. La magua no debe ser más fuerte que el orgullo.
La UD vuelve a sumar en el Bernabéu casi treinta años después. Desde que el Club Deportivo Gran Canaria, el Atlético Club, el Real Club Victoria, el Arenas Club y el Marino Club de Fútbol en el año 1949 decidieron fusionarse para crecer todos juntos siendo la Unión Deportiva Las Palmas de nuestra alma solo en cuatro ocasiones se había puntuado en el Bernabéu por lo que este valiosísimo punto siempre será especial.
El gol de Luiso Saavedra, con todos los respetos, ya es historia.
A por el Osasuna.