Como un objeto al vacío la crisis se ha precipitado a la UD
las Palmas, impactando de tal forma que ha provocado una gran sacudida a todos los
niveles. El equipo conformado por una plantilla incompleta e insuficiente en
calidad no es capaz de generar el fútbol que se le exige, un técnico con varios
frentes abiertos tiene que exprimir a sus jugadores para evitar una sangría de
puntos que con tres jornadas disputadas ya es preocupante. Posiblemente agotado
por tantos frentes abiertos, es incapaz de dar con la solución al problema
táctico y la pobreza del juego. Mientras, un pulso entre él y los hombres de
confianza del presidente en la parcela deportiva que se debería mantener de
puertas adentro, ya es público y notorio. Y lo peor, parece que nadie tiene
ganas de seguir escondiéndolo.
Arde Roma, arde.
El entorno mediático se afana en dar más velocidad al
ventilador que destapa las vergüenzas de una entidad que tampoco se preocupa en
darles solución, o al menos en simularlas. La verdad, esa prisionera de la realidad, esclava de la editorial de
cada medio de prensa, es la causa de querer realizar cirugía cardiaca con
machetes, de querer psicoanalizar un paciente confuso, perdido en la
bipolaridad de lo que le gustaría ser pero descontento con lo que verdaderamente
es. Se empuja al reo de su incapacidades a la arena frente a los leones, sin
piedad.
Arde Roma, arde.
Adiós ilusión, adiós efecto Valerón. El aficionado profundamente
descontento con el juego y con la política deportiva del club se impacienta y
no tolera el mal juego, los pobres resultados y los problemas internos. Ayer en
el estadio pitos y reproches fueron audibles desde el primer momento. Se
señalaron a jugadores ya consagrados y se ovacionaron a los jóvenes canteranos, algunos se volvieron y se dirigieron al presidente en el palco. Eran hábitos de otros tiempos, más
oscuros y más fríos, pero han
vuelto. El pueblo ha hablado.
Arde Roma, arde.
Somos incapaces de realizar una crítica constructiva, lo
preocupación de todos es señalar la hemorragia, gritar porque se sangra, pero
nadie parece tener intenciones de taponarla, de pararla. Nada de lo que tanto
esfuerzo costó construir parece quedar en pie, se fueron jugadores y parece que
también las aspiraciones, los anhelos y las ambiciones. Lo que me demuestra la
inmadurez del proyecto, del entorno y del aficionado. El salto cualitativo no
sólo fue en el campo, fue el mental, el creer que se podía lo que hizo que el
club diera un paso adelante. Pero no es sólo proclamarlo, es demostrarlo día a
día, con trabajo y esfuerzo. A día de hoy carecemos de los argumentos
futbolísticos para hacerlo, pero aún peor, carecemos de la actitud necesaria
pues ante la primera adversidad lo que parecía un gigante se muestra como un
castillo de naipes.
Y mientras, Roma arde.