Parecía imposible pero ahí está, la renovación de Vitolo con el Sevilla FC hasta el año 2022 deja en evidencia la errática política de comunicación de la UD Las Palmas. Al menos durante dos semanas se ha dado por hecho la llegada del extremo canario a su club de origen tras previo pago de su cláusula rescisión, Atlético de Madrid mediante.
La entidad amarilla ha quedado expuesta en una situación que, sin llegar al nivel del Cordobazo, sí que genera en el aficionado la misma situación de vergüenza y ridículo que provocaron entonces unos desalmados que, en su amplia mayoría, ni eran abonados a la entidad. En esta ocasión la verborrea, mal que se expande desde el palco a otra instancias del club, han dejado al representativo en una exposición mediática de la que es difícil escapar.
Nadie pone en duda que las cartas puestas en la baraja eran las que se comentaron, Vitolo quería dar el salto de calidad (deportivo y económico) al Atlético pero sin poner en peligro su convocatoria para el Mundial de Rusia 2018, la UD se ofrece como equipo puente hasta la finalización de la sanción FIFA que arrastra el club colchonero y el Sevilla recibiría, al no haber negociación alguna, la máxima cantidad de dinero por el jugador.
Hasta ahí todo correcto, el problema son dos: el jugador y la exposición, casi exhibicionismo, que ha realizado el club amarillo. Por un lado, el jugador que sólo se mueve por sus propios intereses ha acabado claudicando a sentimientos nobles como la desazón que estaba generando en el aficionado sevillista pero quizás también a otros muy humanos como lo es la cobardía. No es nada fácil ir a la sede de la Liga y pagar tu libertad a costa de dinero, no es fácil hacerlo a sabiendas que eres el capitán e imagen de un club con una afición tan pasional y enfermiza por su colores (en el buen sentido de la palabra) como es la del Sevilla. ¿Cuántos jugadores han sido capaces de pagar su libertad?: Figo, Rivaldo, Javi Martínez, Ander Herrera, Etxeberría y pocos más. No es un trance nada fácil porque se carga con una losa con el club y la afición de origen de la que es difícil librarse después.
No es fácil asumir que una ciudad como Sevilla te declare personaje non grato (al menos la mitad). Es humano dudar que, con todo, creas lograr tu mejor nivel y versión en la UD Las Palmas por cuatro meses y que después, una vez adaptado a este equipo, tengas que marchar a Madrid para tener que ganarte un puesto en una plantilla hiper competitiva por mucho que seas el fichaje del Cholo. Y todo esto, con el Mundial a la vuelta de la esquina. Lo más fácil es hacer lo que ha hecho el jugador, quedarse donde estaba, mejorar sus condiciones contractuales, seguir siendo imagen del Sevilla y darle la razón a los que siempre le apoyaron y callar a los que le criticaron.
Y por otro lado la Unión Deportiva. Es, de las cuatro partes implicadas (el jugador, Sevilla FC, Atco de Madrid y la propia Unión Deportiva) la única que ha declarado en todo momento sus intenciones y predisposición para que se llevara a cabo la operación siendo un mero agente secundario de la misma. Preocupante el nivel de exhibicionismo, casi enfermizo, de un club que en la presentación de su entrenador para esta temporada dio oficialidad al acuerdo con el Atlético por Vitolo y del traspaso de Roque con el Swansea. Ni el jugador, con silencio sepulcral, ni el Atlético de Madrid ni el Sevilla, dieron públicamente información de sus posturas y movimientos, aunque estos fueran más que obvios y conocidos.
Por su parte, Las Palmas necesitaba, ansiaba, la llegada del jugador, pues desde el club con la presencia de Vitolo se esperaba conseguir repuntar una campaña de abonados que arrastra peores números que sus antecedentes. Repetir el efecto Boateng de la temporada pasada o, incluso, el de Jesé que repuntó al comienzo de año la venta de entradas con su llegada. Es por ello que la Unión Deportiva radió prácticamente todos sus movimientos. Un error de cálculo en un tablero minado en el que, a priori, parecía que tenía mucho que ganar y poco que perder pero que ha terminado por estallarle en la cara.