12 de marzo de 2016

LA UD LAS PALMAS, BRASIL Y WILLIAN JOSÉ


La UD Las Palmas desde sus albores ha estado íntimamente ligada al fútbol sudamericano, con el que ha guardado siempre estrechos vínculos en la ortodoxia de su identidad futbolística y compartido héroes de ultramar. No obstante, Brasil, pentacampeón mundial y mina inagotable de talento para exportar a todo el globo futbolístico, no ha tenido especial calado en la historia de la entidad amarilla. Ahora, más de una década después del último brasileño que rindió a buen nivel en la UD, se asoma un nombre para hacerse notar: Willian José.

En fútbol, casi como en la vida misma, mentar a Brasil es evocar a la alegría ofensiva, al espectáculo, a la exquisitez técnica, es recordar a Garrincha, Zico, Sócrates, Romario, Rivaldo, Ronaldinho, al actual Neymar pero también a la mejor Brasil, la de México 70 con Pelé, Tostao, Gerson, Jairzinho y Rivelino. El que era considerado el mejor equipo de la historia hasta que el Barça de Guardiola y Messi se empeñó en reventar todas las crónicas.

Decir esto es cierto, Brasil es Caetano Veloso, son las garotas en Ipanema, el Carnaval y la caipirinha. Pero también hay otro Brasil, menos festivo y más pragmático, con un punto de hosquedad que rehuye de los focos y el show. Una Brasil más resultadista que discute que el mejor camino para la victoria no es la serpenteante senda de la filigrana, la gambeta a ritmo de samba. El camino más corto entre dos puntos siempre será la línea recta, aunque sea menos bello.

El Maracanazo lo cambió todo, es el verdadero punto de inflexión del gigante del sur en su prolija historia. Tanto es así que la verdeamarelha, manto sagrado en el fútbol de selecciones, ni siquiera existía antes de que Varela, Schaiaffino y Gigghia sumieran a todo un país en una profunda depresión. Desde entonces el fútbol brasileño se dividió en dos, los que siguieron con la romántica idea de quienes querían divertirse con el fútbol, otra plataforma de expresión para el pueblo y con la que, en ocasiones, se lograba el éxito. Y quienes por otro lado, desearon tan sólo ganar y ganar, sin importar el estilo, para olvidar el regusto amargo de un Maracaná que representaba a un país silenciado, apagado, muerto.

La Brasil de Mexico 70, un oasis de fantasía en plena evolución al pragmatismo. 
Esta corriente, llamada en ocasiones de forma despectiva  “europea” por los más fieles a la clásica escuela brasileña, donde la táctica y el trabajo físico se imponía a la inspiración, a la genialidad y al “futebol de la rúa” comenzó a gestarse con técnicos como Saldanha (despedido poco antes de México 70) y Mario “Lobo” Zagallo. Técnicos que al jogo bonito le inocularon un nuevo elemento, menos lírico, más tosco pero que aportaba un ideal de equilibrio táctico tranquilizador. Pero no sería hasta la llegada de los Claudio Coutinho, Sebastiao Lazaroni (culpable de la peor Brasil que recuerdo, la de Italia 90) o los más recientes Carlos Alberto Parreira, Felipe Scolari o Carlos “Dunga”, cuando se destierra casi por completo del ABC futbolístico brasileño el jogo bonito y se apuesta todo al pragmatismo.

La atención futbolística brasilera pasó de la portería contraria a la propia, de la obsesión por anotar gol de la forma más bonita a no encajarlo de ninguna de las maneras. En cierta medida, poco a poco, el “futebol” se fue despojando de su alma en pos de un camino que le debería de otorgar más éxitos y, de una relativa manera, lo han conseguido a medias. Cuando han vencido no lo han logrado enamorando, cuando han caído lo han hecho con estrépito.

Parreira y Zagalo, ambos en el centro, al frente de la Brasil campeona de USA 94. Foto: ©FIFA.com
Esta evolución no fue sólo táctica sino también fue calando poco a poco en el perfil de jugador que se promocionaba y que de forma paulatina, sin estridencias, fue ocupando los primeros puestos de preferencias en los equipos. Jugadores como Dunga, Mauro Silva, Mazinho o Emerson ganaron la partida a otros jugadores más técnicos con vocación ofensiva. Incluso los laterales, salvo honrosas excepciones (Roberto Carlos, Cafú o un más reciente Dani Alves) han procurado más proteger su propia área que violentar las murallas que defienden la contraria.

Brasil nunca dejará de ser Brasil, y siempre habrá en ella elementos díscolos con el actual resultadista discurso oficial. Versos libres que añaden color a la ortodoxia gris. La esencia del jogo de la rúa o el jogo bonito se mantiene casi intacta en tres cuartos de cancha. Lugar para unos pocos elegidos que aún mantienen viva la llama del mejor “futebol”. Los nombre salen de forma rápida: Romario Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho, Robinho o Neymar, último exponente de la auténtica esencia del fútbol brasilero. No obstante, incluso en esta parcela del campo las injerencias más tacticistas se han hecho notar en jugadores como Kaká, exquisito en lo técnico, pero pragmático en el juego, una especie de Roger Federer futbolístico. Incluso en el delantero se ha notado una involución efectista hacia una deriva pragmática en jugadores como Mario Jardel, Fred o Jô.

En mis 37 temporadas futbolísticas que llevo por vida, he sido más afín al fútbol argentino, aquel donde el fútbol no se disfruta sino se sufre a pesar de tener talento, técnica y en ocasiones a muchos de los mejores jugadores del planeta. No obstante, nunca he dejado de ver en el fútbol brasileño ese particular Ítaca con el que soñaba que la UD Las Palmas alcanzara. Pero el tiempo, la edad y la experiencia me hicieron resignar de la idea de tener algo parecido a Ronaldo trotando primero por el Insular para luego hacerlo por el Gran Canaria. Tuvimos que conformarnos con Renaldo, y aunque no fue del todo mal, tampoco es que me diera motivos para estampar su nombre en mi camiseta.

Brasileños en la UD Las Palmas. ©GradaCurva.com
Precisamente es un defensa,  Alvaro Maior, el que se encuentra como el jugador brasileño con más partidos jugados (73 presencias). Sus 6 tantos anotados empequeñecen los 16 anotados por un delantero como Renaldo. Otro defensa coetáneo, Baiano, se encuentra en tercera posición con 46 presencias como jugador amarillo.

Centrándonos en la tarea ofensiva nos queda la copia (mala) de Ronaldo pero con “e” en vez de O (gloriosa su presentación el SuperDépor ) con los ya nombrados 60 partidos y 16 goles en dos temporadas, el amigo de Ronaldo “Cacá” (no cometer la aberración de buscar similitud alguna más allá de la fónica con el ex del AC Milan) con doce estériles tantos en la temporada 2004/05 que no sirvieron para salir del pozo de la 2ªB. Y empezando la cola, pero no el peor,  queda Luisinho (temporada 1981/82 con 3 tantos en 15 partidos). Es un hecho que hay que asumir, ser brasileño en la UD Las Palmas no es sinónimo de éxito, quizás de todo lo contrario. La larga lista de hijos la caipirinha fracasados vistiendo la amarilla es digna del museo de los horrores: Lima, Alberoni, Yuri, Amaral y Matheus Vivian. Mi gozo en un pozo.


Hasta llegar al protagonista de esta historia, Willian José. Un brasileño atípico, tacaño de la sonrisa, parco gestual que parece no disfrutar durante los partidos. Si Dani Alves fuera el Ying del prototípico brasileño sin duda Willian José sería el Yang. Sobre el campo sus movimientos no son sinónimo de samba, su fútbol, huérfano de alegría, sin ningún ápice de concesión festiva, es puro pragmatismo europeo. Aprovecha su espigada planta (186 cms) para pivotar de forma excelente facilitando la llegada de segunda línea, con una punta de velocidad en carrera respetable, explota una verticalidad impropia de su fútbol de cuna que gusta jugar con el césped alto y balón a ras. Técnicamente notable, posee una buena definición que se ve lastrada por un irregular olfato de gol. Parece contradictorio pero no lo es, así es Willian José... define con clase… cuando la emboca entre los tres palos.

Willian José en su etapa en el Santos. Foto: ©Goal.com
Reconozco que el fichaje del brasileño por la UD Las Palmas no despertó en mí excesivas expectativas, quizás todo lo contrario. El hecho que fuera un equipo de la segunda división uruguaya quien fuera el poseedor de los derechos federativos del brasileño (CD Maldonado) me hacía evocar historias ajenas de agencias de representación opacas, clubes puentes y jugadores perdidos en el limbo. A pesar de todo eso, ni su paso por tres de los clubes más grandes de Brasil (Santos, Internacional de Porto Alegre y Gremio) me tranquilizaba, tan sólo recordaba su triste periplo por el Castilla  donde llegó a debutar de la mano de Carlo Ancelotti en el primer equipo del Real Madrid (21 minutos en una derrota 2-0 contra el Celta de Vigo). En media temporada con “La Fábrica” merengue jugó 16 partidos y anotó cuatro goles desglosados de la siguiente manera: tres al Huelva y uno (con la mano) a la propia UD Las Palmas.

No obstante un Real Zaragoza, en una crisis económica, deportiva e institucional que parece no tener fin, vio en el Willian una oportunidad de saldo, en otra operación desde el Maldonado uruguayo, para reforzar una plantilla confeccionada a base de retales. Comenzó la temporada haciendo pareja con Borja Bastón y a su sombra. Pero no sería hasta la lesión del madrileño cuando sus números con la blanquilla no mejoraron. Como único referente en el ataque maño su rendimiento creció notablemente para acabar con diez tantos en 37 partidos (cuatro de ellos logrados en los Play Offs y uno ante la Unión Deportiva).


Realizando un paralelismo, algo similar le ha sucedido en su periplo amarillo:  Comienzo titubeante, cambio de entrenador, disfruta de más minutos, lesión del delantero “estrella” y acaba dando su mejor versión con la titularidad y la continuidad.

A pesar del calor del clima y de la gente que vivimos cercanos al paralelo 29, el carácter introvertido, excesivamente reservado y tímido del brasileño fue un hándicap inicial más en su aclimatación a la casa amarilla. Sin contar con mucha confianza por parte de Paco Herrera, que le solía otorgar escasos minutos, sus primeras actuaciones con Las Palmas fueron bastante decepcionantes. El mal comienzo del equipo amarillo, junto con su aparición como revulsivo en busca del empate o el gol salvador, sumaban en su contra.  Con el tiempo se ha demostrado que el jugador de Porto Calvo necesita de continuidad, minutos que le ayuden a generar un clima de confianza en torno a él. No es el número 8 un jugador de frotar la lámpara, no es delantero de inspiración ni musas, es un obrero del ataque, generoso en el esfuerzo y solidario en el trabajo. El punto de inflexión para Wlillian de amarillo tiene fecha, nombre y sonido de gol: el 12 de diciembre ante el Betis estrenó su casillero goleador en el tiempo de descuento. Tres puntos importantísimos ante un rival directo que reforzaron al equipo pero sobretodo al delantero.


A partir de aquí, y ya con Quique Setién al mando, el brasileño se fue ganando su espacio a partir de la Copa para luego ampliar su radio de influencia en el campeonato liguero. Sus apariciones con rendimiento ascendente fueron paralelas a la crisis de gol y confianza de Sergio Araujo junto con un declive físico que acabó en lesión del argentino. Diez partidos restan para el final de temporada y, salvo orgía goleadora inesperada, Willian José se mantendrá más o menos en sus guarismos goleadores. Los diez tantos obtenidos con el Zaragoza pasada campaña es hasta ahora su mejor marca.  

Su aportación si bien no está siendo relevante aún en el bagaje goleador sí ha logrado goles importantes que han dado tres puntos (como los obtenidos ante Betis y Celta de Vigo). Su trabajo oscuro sí está siendo relevante en las tareas de desgaste, fijación de la defensa rival y de apoyo a sus compañeros. Y para muestra un botón: su partido liguero en Ipurúa.

El brasileño está lejos, y lo seguirá estando pese a todo, de los grandes nombres brasileños que alguna vez soñé que podía triunfar en la UD Las Palmas. De él no espero una finta prodigiosa, ni un slalom a lo Neymar, ni los rítmicos regates de Ronaldinho ni siquiera la precisión goleadora y el instinto asesino del Romario de turno. Pese a todo, se ha ganado la titularidad partiendo desde una posición de debilidad, ha obtenido el respeto de todos a base de humildad, trabajo y esfuerzo. Sustantivos lejanos a la imagen que se suele tener del fútbol brasileño, pero que también son camino del éxito.







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