7 de mayo de 2016

JUAN CARLOS VALERÓN: EL FÚTBOL


Juan Carlos Valerón, auténtico icono del fútbol nacional, ha anunciado hoy su retirada tras 22 temporadas deleitándonos con la cabeza erguida, las muñecas dobladas hacia adentro y la eterna sonrisa. 

El tipo que puso en el mapa mundial a Arguineguín, un humilde pueblo marinero de la costa de Gran Canaria, fue siempre un superdotado del espacio: cuando todo se movía a su alrededor él ya lo había visto y optaba siempre por la mejor posibilidad casi de un modo innato y lógico. Restándose importancia, quitándole épica, siendo como siempre ha sido, un tipo normal que cuando jugaba al fútbol era un personaje distinto porque siempre fue el más listo, el más apto, el más puro representante de la esencia que supone jugar al fútbol: alguien con un balón haciendo mejores a sus compañeros, pero además, condecorado con una personalidad silenciosa, respetuosa, atenta, educada, alejada por completo de cualquier divismo demostrando que se puede ser patrón sin dar un grito, enseñando que un genio no necesita parecerloFruto de esa personalidad diferente fue la decisión de acabar su carrera aquí, en la isla, con su equipo inicial, quizás queriendo cerrar el círculo y ayudar a su gente en el ansiadísimo ascenso.

Juan Carlos Valerón, el Flaco, el chico que “pesaba 50 kilos y mojado” en palabras de Juan Manuel Rodríguez era un halcón en el cielo viendo a sus pies todas las posibilidades que ese sueño redondo le proporcionaba y así fue que hizo Pichichis a Diego Tristán y a Roy Mackay y contribuyó con su queridísimo Deportivo de la Coruña a ganar dos Supercopas de España, una Copa del Rey y una Liga (de 2ª división), además de participar con la Selección Española en 46 partidos.

Pero en el Palanca no fueron nunca importantes los números, ni las estadísticas; lo relevante era la hermosa cadencia de un control, la leve sutileza de un pase inesperado, el movimiento de cadera marchándose por puro escapismo de tres o cuatro contrarios que lo rodeaban y la rapidez mental: la idea antes que la pelota. En un mundo lleno de martillos; Valerón usaba el cincel. En un fútbol que pedía rompecorazones, Juan Carlos era el mayor y mejor representante del Romanticismo. 

Todos lo hemos visto: cuando los búfalos venían a cazarlo, el mito ya se olía el percal y antes de saltar sobre ellos y ponerse a salvo dejaba al delantero solo ante el portero y dibujaba la sonrisa en cada butaca del estadio, en cada sofá de cada casa, en cada barra de bar y casi no importaba de qué equipo fueses porque aquel tipo largo y sonriente era el mejor de todos y era un gustazo verlo. Se va un auténtico genio. Un tipo especial que deja una huella inolvidable, eterna, preciosa. Qué honor haber podido verte, Juan Carlos, qué honor.

Infinitas gracias, Mago.




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