6 de enero de 2018

CRÓNICA || UN CASTILLO DE NAIPES (1-2)




La UD tenía este partido señalado en rojo en la hoja de ruta. Desde la llegada de Jémez al banquillo canario se hablaba de que este día debía ser el de la reacción y aunque mucho se ha comentado la tendencia suicida del técnico córdobés, lo cierto es que la UD no salió a tumba abierta. De hecho, la primera parte fue de mayor dominio vasco, con un Takashi Inui incisivo en sus acciones y midiendo a un David Simón que le pone ganas, pero que no da el nivel mínimo. El equipo se defendía a veces sin una pizca de desparpajo y nula sincronización y otras un enredo a la hora de jugar el balón provocaba el lío general y los desajustes llegaban en cascada, pero algo, -parecía- había cambiado. El viento, la sensación, la fortuna, el trabajo, lo que sea, la primera parte de la UD en diciembre habría terminado goleada y no habría nada que objetar, pero lo que antes se nublaba, ahora solo era un susto para el cuerpo, o eso parecía. 

La UD no era mejor que el Eibar, pero iba ganando gracias a un penalti sobre Hernán Toledo que transformó Jonathan Viera y eso bien invalidaba cualquier análisis. Tres puntos para respirar. Un botín. Un regalo de reyes. 


La segunda parte siguió la tónica de un partido igualado, soso, funcionarial, pero todo, de repente, se vino abajo. En el 68, Sergi Samper, que nadie se explica el por qué de su escasa participación en el equipo y que estaba cuajando un gran encuentro cayó lesionado al hacer un mal movimiento en el que pareció lesionarse de gravedad en el tobillo.

En la jugada inmeditamente posterior, el Eibar sacó una falta frontal desde el centro del campo, el balón fue desviado por Charles en el segundo palo y Orellana, que llevaba dos minutos en el campo, anotó sin oposición. Jugada de libro. De pizarra.  Marca Mendilibar.

En el 77, tres minutos después, remontaron los vascos. Un centro de José Ángel fue rematado por Sergi Enrich solo ante Chichizola. 



Tras la salida de Samper, el equipo se desmoronó. Dos centros de Jose Ángel tumbaron a una UD inocente, timorata, vulgar, al que sólo el resultado -qué tesoro hubiera sido- sostenía. La baja de Bigas también resultó determinante. Sin dos pilares del balón sacado desde atrás el asunto se complicaba, sin el eje creativo el castillo se cayó. El ataque amarillo en la segunda parte fue un páramo: Viera o Toledo que estuvieron bien en la primer acto apenas tocaron el balón en la segunda. Dmitrovic, un espectador.  

El partido resultó al final un calco del disputado entre semana ante el Valencia; una primera parte decente, digna, buena aunque con altibajos y una segunda en la que el equipo se desmoronaba entre el cansancio, las lesiones y la losa de resultados que cada vez pesa más. 

El duelo acabó así. Con la UD perdiendo otra oportunidad de dar un paso hacia la permanencia, dependiendo de los rivales, magullada, herida, pero no muerta.





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